Llegó un día la hora anunciada; el momento de abandonar, de separar nuestros cuerpos -aquellos hermosos paisajes que un día jugaron al verano-
Tu boca en mi pañuelo y una última promesa que cumplirnos: no cometer el error de Eurídice o
el miedo -tarde o temprano- nos convertiría en piedra.
No hay comentarios:
Publicar un comentario