Se llevó el balón
el amigo de infancia,
el chaval que me enseñó
a transformar las palabras
de impropios sinónimos
con que liberar el alma.
Voló tan lejos que no pude alcanzarlo,
tan alto, que no dejé de mirar al cielo,
siempre atento, por si en algún momento
Ícaro daba nuevas de él.
Quedé llorando al lado del campo
y una tarde -quizás de verano-
la nostalgia puso huevos en mi corazón.
Y ahí surgió,
de la más profunda soledad,
entre oscuros girasoles,
del llanto de infancia,
en la espera irresuelta...
...la poesía.
Las plumas que no pudieron volar
atrapadas en grandes peceras,
la muchacha que no quiso bailar
las peleas de los padres
en sus grotescas escenas.
La poesía,
que dio pan a mi alma,
que me dio abrigo para largas ausencias;
que le puso nombre al poeta,
que me dio silencio, calma, banderas.
La poesía,
que protegió al niño
y dio manos al hombre;
calor de hogar,
llama eterna,
refugio, altar.
La poesía
me devolvió el balón,
con remanso y girasoles
para compartir
los impropios sinónimos,
que un aprendí
en aquellos días venturosos
de la ternura
en la infancia.
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